En la obra de
María Teresa Larraín (1955), el paisaje es el tema fundamental, donde se asume lo exterior, lo objetivo y lo subjetivo de la naturaleza. "Considero que es el cruce entre el espacio como campo y la profundidad", explica la artista. Sus paisajes evocan un mundo interior, por medio de un lenguaje de gran pureza.
Las aguafuertes intervenidas con acuarela, lápiz de color y acrílico fluído de
Benjamín Lira (1950), nos presentan la figura humana inserta en un mundo compuesto por diferentes planos de color y superficies perfectamente ensambladas. El color es el protagonista en su obra.
Los grabados -combinaciones de aguatinta y aguafuerte- de
Javiera Moreira (1956), se centran en la figura humana. Seres que se aglutinan incomunicados para producir la sensación de soledad. Javiera plasma multitudes fusionadas en un negro intenso, que resulta del carborundum, sobrerelieve que se trabaja con pegamento y polvo de fierro, técnica muy poco utilizada en nuestro país.
Es la preocupación por el mundo andino y su huella en el ser humano que habita allí, lo que conecta el trabajo de
Hugo Marín (1929) y
Alexander Sutulov (1962). Sus grabados digitales de la Serie Los Andes: columna vertebral de América, son una interpretación muy particular del paisaje.
La obra de
Ricardo Yrarrázaval (1931), gira en torno al ser humano. Hay una obsesión por reconfigurar la imagen del hombre. Son seres incomunicados, anónimos, carentes de mirada, insertos en un medio que no les pertenece. Hay profundo silencio de soledad en los personajes.
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